Conversaciones con Katherine Mansfield en Fontainbleu
Conversaciones con Katherine Mansfield en Fontainbleu
Todo el mundo sabe que Katherine Mansfield pasó sus últimos días en el Instituto Gurdjieff en Fontainebleau, y las cartas y el diario que Middleton Murry, (su marido), acaba de publicar, atestiguan con amplitud el valor que ella dio, tanto al Instituto como al sistema de entrenamiento empleado allí. Se formularon muchas preguntas sobre el provecho especial —más allá de la mejora en su salud— que Katherine Mansfield esperaba sacar de todo esto.
¿Había agotado su impulso de escribir?
Todavía estaba llena de planes y esbozos para cuentos futuros, y hasta para una o dos novelas. ¿Estaba ella insatisfecha con su técnica, y esperaba mejorarla bajo un método especial de entrenamiento? Siempre estuvo insatisfecha al respecto y siempre iba mejorando. Desde la edad de veintiún años, cuando me mostró su primer borrador que publiqué en la revista New Age, hasta su muerte a los treinta y tres años, época en la que pensaba en escribir de nuevo después de unos meses de descanso, trabajó como trabajan pocos escritores para desarrollar y perfeccionar su estilo, con la angustiante convicción de que hasta ese momento era simplemente embrionario.
Unos meses antes de ingresar en el Instituto de Fontainebleau, me confesó que no podía leer ninguno de los cuentos que había escrito sin sentir desprecio. “No hay ni uno," dijo, “que me atreva a mostrarle a Dios''.
Por lo tanto, no había necesidad de que el Instituto intensificara su deseo por perfeccionar su técnica; y, en efecto, el Instituto no era una escuela de arte literario, ni tenía ella ilusión alguna de que allí enseñaran a escribir. La verdadera razón, la única que llevó a Katherine Mansfield al Instituto Gurdjieff, no fue tanto la insatisfacción con su técnica, como la insatisfacción con sí misma; no era tanto la insatisfacción con sus cuentos, como con la actitud hacia la vida implícita en ellos; su insatisfacción se enfocaba más en la literatura en general, que en su propia literatura y en la contemporánea.
Tuve muchas conversaciones con Katherine sobre este tema durante los años de nuestra relación y, en particular, durante los meses que precedieron a su muerte. En estas ocasiones fue aún más explícita que en sus cartas y en su diario. Solía decir, "Supongamos que lograra escribir tan bien como Shakespeare. Sería encantador, y ¿luego qué? Algo le falta al arte literario, aun en su forma más alta. ¡La literatura no basta!"
"La mejor literatura," me dijo en una oportunidad, "es sólo mera literatura, si no tiene un propósito conmensurable con su propio arte. La presencia o ausencia de propósito distingue la literatura de una mera literatura, y la calidad del propósito distingue la literatura dentro de la literatura. Lo que no tiene otro objeto que el de agradar, es meramente literario. La literatura menor tiene un objetivo didáctico. Pero la más grande de todas las literaturas —la que casi no existe— no tiene solamente un objetivo estético, ni un objetivo didáctico, sino, además, un objetivo creador: el de exponer al lector a una experiencia real y a la vez iluminadora. La gran literatura, en suma, es una iniciación en la verdad".