Y nos pegamos la fiesta
LA BALLENA NEGRA
Con la quinta cerveza la pelea se pone difícil, por eso Alex acaba de gritarle a Leo que deje de darle a la trompetita de mierda:
—Es un saxo, güevón.
—Me da igual —le dice Alex—, estás jodiendo mucho, coño.
Leo se para y se va, no se pone a pelear, nunca lo hace. Además hay mucha fiesta en Discovery para aguantarse al pendejo ése; con la música, casi no se puede escuchar nada y ya no tiene sentido seguir en el mismo tema de quién va y quién no va a cantar en la banda, la verdad Alex está empeñado en convertirse en el cantante. A la mierda, Leo, déjalo, ni le pares:
—Si nos vamos a buscar una cantante que esté buena, qué importa si no canta, pa eso estamos nosotros.
—Dale, pues. Consíguela —le digo antes de tomar un trago, solo por joderlo.
—Pendejo.
—Yo no me monto contigo cantando —le dice Andrés—, estoy ladillao de los grupitos con gente que no canta y estamos muy montados pa la gracia.
—¡Qué vaina, chico! —y podían estar así toda la noche, peleándose como si no hubiera más nadie en el grupo. Aunque en realidad a nosotros nos daba igual. Eran ellos dos peleando a ver cuál tenía la razón. Miré a mi alrededor y las mesas se habían ido llenando poco a poco, cuando llegamos no había casi nadie, y eso me sorprendió porque además creo que era miércoles, ¡cuánta gente pa un miércoles! Estaba esperando a Nano, había ido a dejar el bajo en su casa y a buscar dos culitos que estaba controlando, bueno, él estaba cuadrando uno y me iba a dejar el otro, capaz ya se había levantado a la jeba y solo estaba terminando de cocinar la vaina, pero yo no sé, vamos a ver qué me traía el pana. Buena gente, Nano, en todas las bandas donde he estado el bajista se encariña con el percusionista, como si fuera algo genético, lástima que nunca me tocó una bajista. Pero Nano estaba bien porque levantaba muchísimo y se la pasaba pichándome a las amigas de las que se quería coger, aunque a veces tenía que comerme a unos bagres. Cabrón, lo que es la amistad. Y con lo calladito que se ve.
De repente, entre la bruma del local, se materializa Ñoño que viene a recoger las botellas vacías y nos mira a todos con cara de ladillados, menos a mí que le sonrío y lo miro con insistencia:
—¿Qué pasó, mariquito? ¿Te enamoraste?
—Sí, papi, ¿me das culo esta noche?
—Maricón —y siguió recogiendo las botellas de cerveza—, como no levantas un coño ahora me quieres coger.
—¿Quién va a tocar esta noche? —le pregunta Andrés y responde riéndose:
—Eso es sorpresa —después se va a la barra. Cuando desaparece su inmensa figura de grasa que trata de coger forma lo veo allí parado, Nanito con su baja estatura y su piel oscura que parece confundirse con el fondo sin luces, si no fuera por los dientes que están como para meterle el coñazo. Va contento con una mujer al lado que le lleva una cabeza y la está agarrando por la cintura y ella se deja agarrar y el brazo es como si vieras a un niño agarrado la pierna de su madre. Entonces levanta la mano libre saludándome para que me vaya donde ellos como si fuera una cuerda para salvarme del foso donde han caído los otros dos con su pelea:
—¿Qué dice, galán de telenovela? —me golpea el estómago porque es lo único que alcanza; ay, chamo, si no fueras bajito levantarías más, pero esto es lo que hay. Veo a las carajas que están acompañándolo y junto a la rubia altísima con cara de perdida, incapaz de decir me llamo fulanita, veo a una cosa chiquitita, una mujercita flaca y con el pelo castaño oscuro que me mira con ojos contentos:
Nano y Nina, pegan— y ella es Cocó —y Cocó me da un beso después del que le di a Nina y le digo a ver si se quieren tomar:
—Sí, vamos por unos mojitos —dice Cocó que parece la más animada y me dan ganas de decirle, Nano, pana, te pelaste, me dejaste la buena.