Con los libreros en Cuba
El librero que abre todos los días
Iba rumbo a encontrarme, a la 1 de la tarde, con Roberto Viña en su casa. Salí, con el suficiente tiempo, para irme por las entrecalles a paso cubano, lento, cadencioso y mirón. No quería bajar de una vez a San Lázaro ni irme por Concordia. De manera que esta vez emprendí el camino por Virtudes. Cuando llegué a Soledad, en lugar de doblar a la derecha lo hice por la izquierda, y ahí estaba: una librería desconocida. Una librería de libros usados en Cayo Hueso, de la que nadie me había hablado. Por anuncio un modestísimo cartel escrito a mano: «Librería Óscar de: 8:00 a.m. a 6:00 p.m.». En la puerta el librero, con una boina verde olivo, un pulóver del Barça y un short negro y gris, me dio la bienvenida. Los libros apilados en torres sin orden aparente (ni del otro). Perfecta para mí. Le pregunté si tenía libros de poesía. Me indicó una pila.
—Allá encuentras lo que tú quieras…
Al notar mi inconfundible acento (como enfatiza Eduardo del Llano) me preguntó:
—¿De qué país tú eres?
—De Colombia…
—¡Tú sí me puedes responder!, sabes… ¿Quién es el poeta colombiano, autor del poema más bello de amor de la historia, que estaba enamorado de su hermana?
Me sonreí sin dejar de asombrarme por la clase de preguntas que te puede hacer un librero cubano…
—José Asunción Silva, le respondí. Y el poema se llama «Nocturno».
—Espérame y anoto, dijo mientras sacaba un papel y un esfero rojo.
En las manos sostenía un libro sobre la selección holandesa de fútbol. Cuando le pregunté acerca de cuál jugador estaba leyendo me dijo:
—Sobre Cruif…
Claro, no podía ser de otra manera.
Después de conversar un rato sobre la naranja mecánica miré la pila de libros de poesía y el primero (¡sí, cojones, el primero!) era un libro de Miguel Ángel Macau que nunca había visto: Peregrinaje ocioso.
Avancé un poco más y me sonrieron Las flores del mal, de Charles Baudelaire, publicadas por la Editorial Arte y Literatura, en La Habana, en 1978 y prologadas por Guillermo Rodríguez Rivera (que compré para reponérselo a Soleida Ríos pues me contó, cuando le ayudé a ordenar la sección de poesía de su biblioteca, que se lo robaron hace un tiempo).
Después de un tira y afloje algo largo llegamos a un acuerdo y nos dimos la mano.
Tengo que volver con más tiempo a sumergirme allí con calma.
La Librería Óscar está en Soledad 254, Bajos, entre Ánimas y Virtudes.
El librero me dijo que abría todos los días.
Vamos a ver si es verdad…
Buzo de libros
Lo había visto alguna vez: cajas o sacos con libros arrojados en contenedores de basura y un racimo de lectores escarbando a ver qué libro los podía encontrar. Siempre había sido de pasada: andando La Habana o en una guagua por lo general atestada y sudorosa. Nunca había podido detenerme. Una mezcla de pudor y timidez me impedía acercarme a lo que estaba viendo. Hoy, rumbo a Concordia, por Virtudes, en la esquina donde se estacionan los bicitaxistas y están los contenedores, un enjambre de lectores escarbaba en unas cajas de libros arrojadas a la basura. Decidí acercarme. Éramos siete: cinco mujeres y dos hombres. De todas las edades. Libros y libros en perfecto estado arrojados a la basura.
—¿Y quién cometió este crimen? —preguntó alguien.
—Alcánzame ese de Félix Varela… —pidió otra.
—No puedo creerlo —pensó en voz alta uno más.
—¿Este es una novela? —preguntó en voz alta, a quién pudiera responderle, una mujer de licra y pulóver rosados, con una jaba que iba llenándose de libros.
—Chica… Mira si hay algo de literatura japonesa…
Así, uno a una, todos los lectores que estábamos allí buceábamos en medio de libros abandonados esperando que nos viera el que nos estaba destinado.
Vi de todo… Desde La muerte de Virgilio, de Hermann Broch, hasta El conservador, de Nadime Gordimer. Nicolás Guillén, Muriel Spark,